Por si leyeron mi post en Instagram y se sintieron identificados, estas son mis ideas sobre el tema.
Normalmente, mi vida es activa, con mucho acarreo, compras y tareas disimiles, pero predecible y alcanzable. Suelo terminar mis días sintiendo que logré mis objetivos y aún me sobra energía para irme a dormir entera. Tengo que decir que vivir en un pueblo siempre ayuda porque las distancias son cortas, los chicos hacen algunas cosas caminando y mi circuito de compras está en un rango de no más de 15 cuadras. Además soy organizada y previsora y no suelo tener olvidos mega importantes o superposición de horarios. Bueno, más o menitos.
Todos los días me levanto a las 6 y mi primer viaje es las 7:20, al cole de Cande. En esa hora y pico preparo el desayuno y adelanto algo de la cocina del día: hiervo legumbres que dejé en remojo, horneo verduras, adobo una carne, amaso un pan. Todas tareas de no más de 10 minutos de atención que después se cuidan solas. Parece una tontería, pero al salir de casa me voy con la tranquilidad de que aún si no puedo volver a tiempo para cocinar, hay algo hecho con lo que cualquier miembro de mi familia puede armar un plato completo. Vegano, vegetariano, mañosiano, todo. De la misma manera termino el día. Repaso en mi mente las actividades del día siguiente, qué elementos necesito, y qué huecos voy a tener. Esos son los días normales. Ahora, los terremotos bailables que han aparecido últimamente.
La parte final de la obra cambió todo lo que les conté antes. Todo es impredecible, tengo que hacer tareas para las que no estoy formada, vuelvo a horas alocadas muerta de frío y con la piel seca y dura como un cuero, hablo con gente que no siempre es amable y respetuosa, hago colas en lugares inéditos, y así. A veces llego a casa y nada más quiero un té y mi cama. No quiero planear, no quiero adelantar, nada. Y les prometo que cuando me siento así pienso mucho en los que me cuentan lo difícil que les resulta cocinar casero y llevar una vida saludable. Realmente hay veces que raya con lo imposible. Pero pensé mucho en esto, y decidí que la fórmula que me cierra mejor es la clásica LO IMPORTANTE PRIMERO, LO URGENTE DESPUÉS.
Mi maestro Tony Robbins dice que en la vida todo se reduce a una cuestión de valores y así me he manejado desde que lo conozco. Cuando siento que estoy superada por las circunstancias, agarro un papel y un lápiz, no las notas del teléfono, y anoto los 10 valores por los que me quiero guiar. Les prometo que esta mini tarea les va a cambiar el día a día. ¿Cómo lo aplico? En mi lista siempre están la salud y bienestar mía y de mi familia, la diversión, la sustentabilidad, la libertad, el placer, el crecimiento personal, entre otros. Si leyeron el párrafo anterior van a saber que la obra me quitó libertad, diversión y bastante tiempo que normalmente usaría para satisfacer mis otros valores. ¿Se entiende? Es lógico que este tipo de cambios en mi vida me exigen un ajuste. No puedo hacer lo mismo que hacía y tengo que adaptarme.
Continuará...
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